El poder femenino en el sector del emprendimiento se consolida día con día gracias a la aparición de nuevas empresas con mujeres al frente.
Sin embargo, aún son menos las mujeres que inician un emprendimiento social, ya que enfrentan algunas barreras y desafíos como las demandas sociales y familiares para mantener una vida profesional y personal balanceada.
Para las mujeres, hay menor acceso al financiamiento y cuentan con pocas referencias de modelos de negocios, esto genera desconfianza en sus habilidades y capacidades, aumentando el miedo al fracaso, a la discriminación y prejuicios.
Muchas de las mujeres que tienen emprendimientos sociales a nivel comunitario operan en la informalidad, debido a los entornos empobrecidos en los que radican y a sus bajos niveles de escolaridad.
En dicho contexto son muy pocos los emprendimientos de este tipo que llevan a convertirse en ONGs o empresas sociales.
De activista a emprendedora
De acuerdo a un estudio realizado por British Council en el 2017, titulado “De activista a emprendedora” se encontraron datos positivos, sobre las mujeres que iniciaron o tienen una empresa social como:
- El 75% expresó haber aumentado su autoestima
- El 56% de las mujeres entrevistadas expresó que iniciar una empresa social las ha hecho más capaces de tomar sus propias decisiones
- 64% aumentó su confianza en sí misma.
Otorgar un financiamiento apropiado para las emprendedoras puede contribuir a que formalicen su labor a través de una empresa social y con ello tener la oportunidad de generar un ingreso por su trabajo realizado que no ha sido remunerado.