La mayoría de las historias que escuchamos sobre el mundo emprendedor suelen ser inspiradoras y motivadoras para los emprendedores y para aquellos que quieren emprender. La historia de cómo Steve Jobs pasó de ser un huérfano a uno de los empresarios más admirados del siglo o cómo Sir Richard Branson ha podido reinventarse constantemente para mantener y crecer el valor de Virgin como marca, son sólo algunos ejemplos que todo el mundo conoce. En nuestro país también hay historias inspiradoras cómo la de Jordi Muñoz que después de superar muchos retos ha logrado posicionar a su empresa 3D Robotics en todo el mundo.
Y las mismas historias casi siempre vienen acompañadas de elementos muy claros como la pasión de sus protagonistas, la dedicación tiempo y esfuerzo para pasar de la idea al prototipo y luego al mercado hasta conquistarlo, el riesgo que tomaron cuando todo parecería en su contra y cómo aprendieron de sus fracasos para regresar más fuertes, cómo innovaron el sistema y su industria siendo disruptivos… En fin características muy románticas pero muy poco realistas.
Esta visión “romántica” del emprendimiento ha causado un boom a nivel mundial de personas que quieren ser el siguiente Zuckerberg o Musk, capaces de cambiar el mundo con una idea y que consideran que tienen la pasión suficiente o la innovación más disruptiva para ello. Sin embargo la realidad para los emprendedores es otra.
Hace una semana circulaba en los principales medios sobre emprendimiento el caso de Elizabeth Holmes, quien fundó en 2003 Theranos una empresa que llegó a ser valuada en 9 billones de dólares. La de Elizabeth parecía otra historia de éxito más, que iba a inspirar y motivar a generaciones de emprendedores en el futuro debido a que contaba con todas las características – Elizabeth hasta dejó sus estudios universitarios en Stanford – del romanticismo emprendedor. Pero al final la realidad fue más fuerte.
Con la premisa disruptiva de “automatizar y miniaturizar más de 1,000 pruebas de laboratorio” de tal manera que “sólo se requerirán volúmenes microscópicos de sangre” Elizabeth logró hacerse un nombre en el mundo del emprendimiento, levantando cientos de millones de dólares en fondeo, logrando tratos millonarios con grandes empresas y apareciendo en medios de comunicación especializados y masivos. Pero todo fue una cortina de humo.
Al llamar la atención de los medios, empresas y fondos de inversión, también llamó la atención de los especialistas de las regulaciones de gobierno, quienes concluyeron que la “tecnología” de Theranos no tenía ningún sustento y debido al mal manejo de la misma su laboratorio fue clausurado y a Elizabeth Holmes se le “exilio” de la industria por dos años. Hoy está en bancarrota.
Este es el claro ejemplo de los riesgos del romanticismo emprendedor: desde una ignorancia sobre los procesos necesarios para operar, la falta de rendición de cuentas, hasta un mal manejo de una empresa.
Y como el caso de Theranos hay muchos. De hecho en mi columna pasada hablaba del caso de Better Place, la startup fundada por Shai Agassi que buscaba impulsar el uso de autos eléctricos. Después de 7 años de operación, en los cuales consiguió el respaldo de líderes y empresas globales, así como 850 millones de dólares de capital privado, Better Place se declaró en bancarrota.
Pero estos fracasos no son aquellos buenos, de los que aprendes y de los que habla el Instituto del Fracaso en México. Un esfuerzo muy loable porque más allá de conocer qué es lo que funciona en otras empresas – qué acciones y procesos las llevaron al éxito – es mucho más importante el saber que NO se debe de hacer. Pero el Instituto del Fracaso se queda corto, pensando sólo en razones de fracaso al inicio de la empresa y que al final son de bajo costo.
El caso de Theranos tardó más de 10 años en explotar. Fueron 11 años en los cuales siguió trabajando, consiguiendo fondeo, consiguiendo tratos, escalando. Lo mismo el caso de Better Place que duró 8 años. Ya no se trata de no fracasar al principio sino de saber navegar en un sistema que corre el riesgo de sostener emprendedores, proyectos y hasta empresas, con poca formalización de modelos de negocio o financieros, en el largo plazo.
Tanto el caso de Theranos y de Better Place no son fracasos sino consecuencias del mismo sistema romántico y de una falta de profesionalización.
Es importante comenzar a tener estas historias en cuenta también. En una etapa en la cual el ecosistema emprendedor mexicano está aún en desarrollo, muchos pueden caer en la trampa de buscar patrones en las incontables historias de éxito para replicarlas – como una fórmula mágica para crear unicornios – “enamorados” del emprendimiento. Y ya está sucediendo: Los podemos ver en la versión mexicana de Shark Tank valuando sus empresas en varios millones de pesos sin tener tracción o validación.
Para evitar caer en un romanticismo emprendedor es necesario profesionalizar el emprendimiento desde el mismo ecosistema con incubadoras y aceleradoras reconocidas, programas para emprendedores impartidos por gente con experiencia y no “Gurus”, cursos y carreras en las universidades sobre emprendimiento, innovación e inversiones, así como inversionistas con experiencia y conocimiento.
La visión “romántica” del emprendimiento debe de ser un detonante para convencer a más personas en volverse emprendedores, pero es necesario el contar con una profesionalización del emprendimiento para que casos como el de Theranos o el de Better Place no se vuelvan una norma.