“Mientras corría estuve negociando con mi cuerpo, implorándole que no regresara la comida, pidiéndole que ya acabara de digerirla… Incluso vi cómo mi sistema digestivo absorbía esos nutrientes y cómo la comida bajaba hacia los intestinos”.
Ese fue uno de los momentos más difíciles para Manuel Morato, corredor desde hace 5 años y también fundador de Dev.f, una escuela de hackers en la Ciudad de México. Durante 10 kilómetros –alrededor de una hora-, el sol le quemaba la cara y él sólo sentía cómo la comida rebotaba en su estómago.
A pesar de que el soundtrack que lo acompañó durante su recorrido fue el silencio, los sonidos del mar, el viento y las voces dentro de su cabeza; llegar a su objetivo y terminar una carrera de 90 kilómetros en medio del desierto de Sonora, no fue fácil. Pero lo logró.
¿Qué te impulsaba mientras corrías? –le pregunté– “el hermoso paisaje de ese fascinante terreno. También imaginarme la deliciosa cerveza fría que iba a tomarme en cuanto acabara”, me contó entre risas.
Lo cierto es que en cuanto llegara a la meta, el mar lo esperaba con todo y el frío invierno desértico de diciembre. “¡No puedo creer que por fin llegamos! ¡Por fin se acabó, no puedo creer que ya se acabó!” -le dijo a Mauricio, su gran amigo-. Y le dio un abrazo “lloroso” envuelto en lágrimas de felicidad.
Claro que no podía creerlo después de 8 horas y 18 minutos de carrera que, entre descansos y paradas, se transformaron en 12 horas por una ruta que iba desde El Desemboque a Bahía De Kino, a lo largo de Isla Tiburón, en Sonora.
Correr 90 kilómetros en un territorio virgen, deshabitado y remoto es “una idea irracional y que probablemente merece el calificativo de ‘loca’”, según palabras de Morato en la página de Aire Libre, el proyecto que nació después de que libros como Eat & Run de Scott Jurek y Born to Run, de Christopher McDougal lo alentaran a dar ese extraño paso que en un inicio sólo tenía pensado para él y su padre.
Sus cómplices se sumaron de a poco, pero a buen paso, como buenos corredores; primero su papá y su familia, después su gran amigo y corredor, Mauricio Díaz, luego el Pueblo Seri que le añadió a la aventura un brillo social: “no solamente viviríamos una extraordinaria experiencia deportiva, sino que también podríamos llevar apoyo a estas personas”.
Sin embargo, no eran todos. Daniel Klinckwort, fotógrafo y artista visual, sería el encargado de capturar cada una de las experiencias del Proyecto Sonora -o AL-01– de Aire Libre para comunicarlos al mundo. Al final llegó Knox Robinson, coach de Nike + Run Club y de The Black Roses, un equipo de runners de Nueva York.
Para Manuel el acto de correr es capaz de crear relaciones y magia, y no sólo por el gusto compartido. Él lo compara con ir juntos a una guerra: “a todas las personas que lo experimentan les toca pelearse con sus demonios internos. Todos comparten un dolor y un desgaste físico similares, pero también comparten una meta que, para lograrla, tuvieron que sufrir juntos”.
¿Será esa mezcla la que provoca que quienes comparten experiencias intensas -como correr largas distancias- desarrollen un lazo de intensa y cercana hermandad? Quizá. Knox fue para él una figura de sabiduría y un mentor que lo sostuvo cuando estaba a punto de darse por vencido, casi en el kilómetro 70, en medio de una pendiente de unos 7 kilómetros de longitud, cuando se dijo a sí mismo que todo había terminado.
También se crean simbiosis. Los Seris les autorizaron correr por sus tierras, algunas familias los hospedaron y otros los “cuidaron” cuando pasaron por sus comunidades. Al llegar a Punta Chueca, un grupo grande los recibió y les preparó el desayuno a la mañana siguiente. Pero el pueblo también obtuvo un poco de ayuda en forma de donaciones de parte de corredores y amigos, porque los Seris -una comunidad de poco más de mil habitantes- es una de las tantas etnias en México que vive en sitios remotos, en la pobreza y que subsiste gracias al inconstante turismo.
Con todo eso y la preparación física y mental, lo cierto es que nada se compara con el momento, ni las docenas de libros que puedas leer de ultramaratonistas, ni de quienes han subido el Everest. Estar al borde de la histeria y el desplome físico es una prueba dura que tiene grandes recompensas: “me llevó a controlar mucho más mi mente, a no tomarme las cosas tan a pecho ni tan en serio y a disfrutar más los pequeños momentos de la vida”, me dijo Manuel mientras recordaba lo que pasaba por su mente.
La lucha por mantener la comida dentro de su cuerpo, el calor que abrasaba su rostro, las rodillas destrozadas que lo dejaron un mes sin correr, las crueles subidas entre Punta Chueca y Bahía de Kino y, desde luego, quedarse atrás fueron para él lo más difícil de la aventura. Sin embargo, lo deja claro, su mayor aprendizaje fue reafirmar algo que ya sabía: “nuestra mente es nuestro peor enemigo, es quien pone límites en nuestras vidas”.
Creemos que el límite está en nuestros cuerpos, pero no es cierto. Ese día Manuel lo comprobó. Una vez más”.
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Aire Libre es un proyecto que pretende generar contenidos que inspiren a adoptar un estilo de vida sano y consciente. Sus aventuras en la naturaleza, combinadas con elementos de crecimiento cultural a través del acto de correr por lugares sagrados y habitados por culturas ancestrales, buscan crear una comunidad que aproveche esta actividad como un vehículo de crecimiento espiritual.