Andrea Campos no se consideraba feliz siguiendo el patrón que dictaba tener que ir a la universidad, pues ni el sistema educativo ni la carrera que había elegido le llenaban.
Tras enfrentar un periodo de depresión muy fuerte, resolvió que si no podía vivir la vida como ella quería, entonces no quería vivirla. Mientras consideraba quitarse la vida, Andrea pensó que antes debía, al menos, haber intentado hacer lo que ella quería.
Y así, sin despedirse ni avisarle a nadie, se dio de baja de la universidad, le pidió al casero su depósito, canceló las tarjetas vinculadas a sus padres, cerró sus perfiles sociales y se fue a Puerto Escondido con su mejor amigo, quien al mismo tiempo acababa de dejar la universidad en Monterrey.
Con una computadora como garantía, pues no tenían dinero, pudieron quedarse unas noches en un hostal hasta que consiguieron trabajo, en otro hostal, como cocinera y mesero. Así, comenzaron una vida allá y al poco tiempo, junto con otros compañeros del trabajo, rentaron una casa.
Debido a su perfil perfeccionista, comenzó a implementar procesos de mejora en el restaurante y solicitó ajustes en el manual de operaciones, iniciativas que le merecieron la simpatía de los propietarios, pero la enemistad de sus compañeros.
Después de poco más de un año de haber dejado la universidad y estar intentando encontrar su camino en esta playa oaxaqueña, decidió continuar su búsqueda e identificó un tema que todas las opciones que le interesaban tenían en común: la tecnología.
De cocinera en Puerto Escondido a aprendiz de programación
Después de cumplir un año de estar estudiando programación de manera autodidacta, recibió una beca en una academia especializada que aceptó para reforzar sus habilidades, ganar experiencia, abrir su panorama profesional y conocer personas con sus mismos intereses.
A la mitad de sus estudios en la academia, Andrea tuvo un último episodio fuerte de depresión. Este suceso la empujó a buscar una solución con la que pudiera ayudarse a sí misma a sobrellevar su problema la siguiente vez que se le presentara.
Así comenzó a buscar aplicaciones dentro de las tiendas y, tras probarlas y analizarlas, resolvió que ninguna cumplía con lo que estaba buscando, por lo que decidió crearlo ella misma.
Más allá de un proyecto de graduación
Cuando se acercaba la etapa donde debían organizarse en equipos para trabajar su proyecto final, los estudiantes que lo desearan podían presentar sus ideas. Al no identificarse con ninguna, Andrea aprovechó el momento para mostrar la suya, generando gran interés entre los presentes. Debido a la aceptación, decidió convertir su proyecto personal en el de su equipo.
Desde el principio, todos querían arrancarse a programar pues quedaba poco tiempo para la entrega final, donde serían evaluados por sus skills como desarrolladores. Andrea, por su parte, sentía que aún hacía falta considerar varios puntos importantes como la validación, así que buscó a una psicóloga que pudiera analizar el proyecto y darle una opinión profesional sobre su utilidad.
Emprendedora por casualidad y luego por convicción
Tras haber recibido el consentimiento por parte de una profesional en la materia, comenzaron a trabajar y, al poco tiempo, aceptaron una invitación para asistir a un Startup Weekend. Ya en el evento, los jueces preguntaban acerca del modelo de negocios de Yana, como lo llamaron, y al no tenerlo trazado el equipo se arriesgaba a ser descalificado.
A partir de ese momento, mientras los demás integrantes se enfocaron en programar, Andrea se hizo cargo del resto: entrevistas con psicólogos, levantamiento de encuestas con clientes y, sobre todo, la conversión de su proyecto de programación hacia una startup. En este punto, aunque extrañaba programar, sus conocimientos fueron muy útiles para comunicar los requerimientos y dictar la línea del proyecto.
La importancia de encontrar un equipo que comparta tu visión
Convencida de que debía materializar el proyecto con el que ayudaría a personas que tuvieran depresión o ansiedad, comenzó a buscar apoyos externos e ingresó aplicaciones en diferentes aceleradoras. Al llenar una de esas aplicaciones le preguntaron sobre cada uno de los integrantes y le cuestionaron las razones por las que los había elegido. El no haber sabido defender la composición de su equipo significó un abrir de ojos para Andrea.
A los pocos días, propuso una reunión con sus tres compañeros y tras platicarlo, dos de ellos dejaron el proyecto, pues habían permanecido después de graduarse, más por inercia que por compartir la visión.
Al cabo de un tiempo y faltando solo un mes para la fecha de lanzamiento planeada, el desarrollado que continuó dentro del proyecto y que desde entonces se hizo cargo de la programación para Android, decidió abandonar Yana por motivos personales y desapareció junto con el código.
Aunque le afectó mucho el rumbo que las cosas habían tomado, asumió la partida de su programador como una oportunidad para volver a empezar, pero esta vez, mediante un chatbot como desde poco tiempo atrás ella lo había imaginado.
Levantó sus primeros $200,000 MXN a través de una campaña de crowdfunding en Donadora y con ello contrató a un desarrollador y a una persona más con quien pudiera dividirse las demás responsabilidades del negocio.
Tras varios meses de trabajo, todo comenzaba a tomar forma hasta que tuvo lugar el sismo de septiembre de 2017. Este suceso azotó algunas zonas del país, incluidas la Ciudad de México, donde el programador principal se vio obligado a abandonar su hogar a causa del desastre, razón por la cual decidió apartarse del proyecto y regresar a su natal Veracruz.
La oportunidad de volver a empezar, otra vez
A finales de 2017, el programador que se encontraba en su periodo de prueba para tomar el lugar del que tuvo que apartarse, dejó de presentarse a trabajar y, a principios de 2018, después de 1 año y medio de haber comenzado por primera vez, Andrea se cuestiona sobre si su trabajo había valido la pena y comienza la frustración.
Habiéndolo meditado y después de revivir la razón por la cual había comenzado el proyecto, ella misma decide diseñar un Producto Mínimo Viable (PMV) utilizando una plataforma de generación de chatbots, sin la necesidad de crear código. Esta primera versión de Yana estuvo disponible en Facebook Messenger y sirvió para tener una versión automatizada que validara la idea original.
Con los datos generados por la herramienta, pudo levantar una ronda de inversión semilla con un ángel inversionista, utilizando el capital para contratar un equipo de trabajo que hoy en día incluye: cuatro desarrolladores, un financiero, una diseñadora, una psicóloga, una especialista en ortografía y redacción (para el chatbot), una persona de ventas y expansión, una intern de psicología y otra de marketing, una persona que Andrea refiere como su “otro yo”; y la propia Andrea, como su CEO, además de contar con un equipo externo de psicólogos, psiquiatras y médicos que sirven como consejeros y supervisores del proyecto.
¿Qué sigue para Yana?
Habiendo publicado su app para Android el pasado 27 de marzo y la versión para iOS el 11 de mayo, Yana acumula ya 6,500 descargas dentro de su formato B2C (directo al consumidor), respaldando sus ambiciosas metas de acercar su solución a miles de personas que padezcan depresión y ansiedad.
Asimismo, en la estrategia fijada para 2021, Andrea y su equipo desean mantener publicada la app bajo un modelo freemium y complementarla con una versión con costo que ofrezca funciones adicionales para los usuarios de paga.
Por último, Andrea menciona que desean explorar el mercado B2B, enfocándose principalmente en universidades y empresas, para ofrecerles una versión personalizada para alumnos o empleados, donde la Institución pueda recabar datos mensuales sobre la salud en su comunidad y tomar decisiones basadas en datos.